domingo, septiembre 02, 2007

SILVIA TOCCO



No tengo ritos a la hora de escribir. Algo que sucede por azar, algo impensado me trae un primer verso o, las más de las veces, apenas un balbuceo. Lo escribo en el papel más a mano. 

Luego, eso que aún no tiene forma llega al espacio de la escritura en la computadora. Y ahí puede quedar largo tiempo hasta que la extrañeza al volver a leerlo, me anima a seguir.

Otras veces, mientras camino, me digo versos. Me pregunto, me respondo, cuento sílabas, advierto la desarmonía y cuando siento haber encontrado algo, lo repito hasta el cansancio, como las rimas de la infancia, para no olvidar.

Pero sin duda, el tiempo propicio para la “escritura” sin que me lo proponga, es en la duermevela, casi siempre al amanecer. Ese tiempo de tránsito cuya belleza nos reveló María Zambrano. El  reino de la aurora, antes de toda existencia.

Puede ocurrir que me hubiera acostado con alguna idea rondándome y de pronto, aparecen palabras que intento retener. Digo que las recordaré cuando ponga los pies fuera de la cama.

Pero ya despierta, sé lo inevitable. Las perdí. El consuelo es que en algún lugar, todavía inalcanzable, están a salvo,  esperándome.

Los poemas no salen de corrido. Sólo algunos fueron escritos casi bajo un estado de exorcismo, como si hubiesen estado ahí desde siempre.

Los otros resultan, cuando resultan, de un trabajo de galeote que rema a contracorriente, mar adentro, a oscuras.

Cuando escribo, me rodeo de libros de poesía, como si esas voces me protegieran de la realidad. Voces que no me dejan sola. Vallejo, Pessoa, Ungaretti, la Ajmátova.

Desde que empecé a escribir en computadora, no he podido prescindir de ella. Tal vez se trate de la posibilidad de construir y modificar el espacio. Cuando llega el momento de corregir, disfruto de borrar todo un verso o una palabra o tan sólo una coma y ver cómo, al instante, se libera un lugar, se crea un vacío que la estructura del poema pide a gritos.

El oficio como psicoanalista de niños me hizo descubrir la relación entre el juego y la poesía.

Hace unos años solía emprender desafíos con pacientes que tenían serias dificultades para hablar y jugar. Les pedía que me contaran un cuento y yo, como una escriba en la antigüedad, dejaba escritas sus frases entrecortadas pero también sus silencios en una hoja a la que seguía otra y luego otra, hasta que el cuento llegaba a su fin.

La voz de ese niño, casi inaudible, en lucha contra un gigante, ganaba su lugar en el papel y la letra iba dejando huellas. Un nombre, una ausencia o una historia que no puede decirse con la voz: el origen de una escritura. Cuentan que los chinos atribuyeron su invención a un alto funcionario que vio las huellas de un pájaro impresas en la orilla de un río.

 ¿Qué es respirar?, le preguntaron a un niño asmático en el hospital.

Atrapar el viento, contestó.

Otro,  a quien nadie entendía,  me pidió que escribiera:

Hoy es un día de lluvia. Está fresco. Ahora va a venir el sol.

Es de noche. Y hace la luna.

Hacer la luna.

La resonancia poética de esta frase me trae la voz de Freud en El poeta y los sueños diurnos: ¿No habremos de buscar ya en el niño las primeras huellas de la actividad poética? (...) todo niño que juega se conduce como un poeta, creándose un mundo propio, o, más exactamente, situando las cosas de su mundo en un orden nuevo, grato para él.

No muy lejos de Viena,  en el Castillo del Duino, Rilke nombraba a la niñez de un modo parecido bajo la forma de su Cuarta  Elegía:

 

Ciertamente,  crecíamos, y nos urgía a veces

ser pronto mayores, en parte por ellos,

que no tenían más que el ser mayores.

(...) en nuestro andar solos,

nos complacíamos con lo duradero y estábamos allí

en el intervalo entre el mundo y el juguete,

en un lugar fundado

desde el origen para un puro acontecer.

 

Más allá de las composiciones escolares o de los torpes poemas de amor en la adolescencia, guardados celosamente en el fondo de un cajón, por pudor de ser encontrados, la primera vez que escribí fue después de la muerte de un amigo. La pérdida apresuró el poema, largo en su versión primitiva. Luego, como el escultor que quita lo que sobra de la piedra hasta encontrar la forma que ella guardaba, le fui sacando palabras hasta dejar un puñado de  versos.

 

¿Dónde vivir,

amigos ?

en el humo

en la copa vacía

en cada ardiente amanecer.

Vivir en el fondo de su voz.

 

Quien escribe, prevé su ausencia. Escribe la muerte y, al mismo tiempo, la demora. Se comporta como una Sherezade que en cada historia que cuenta al sultán que había decretado su muerte, enlaza una  y otra  y así quedan escritas para siempre las mil y una noches, las mil y una lunas.

Mayra, otra de las niñas con las que trabajé en el taller, me dictaba: nadie no quiere   yo tampoco quiero morir.... porque es feo morirse. Si te vas al cielo,  si te come el león,  vos vas a llorar porque no te vas a poder curar,  porque Diosito no tiene remedios y me vas a extrañar y después,   ¿con quién yo voy a leer el cuento?

Mis pacientes insistían en que dejara escrito lo que ellos contaban. ¿Estás escribiendo, Silvia?

Ahora podría responderles: sí, estoy escribiendo. Como puedo. Con tiempo, sin tiempo, en silencio o en medio del barullo cotidiano, despierta o dormida, sintiendo que cuando se escribe, se hace la luna. Se escribe la luna propia. La de cada uno. Distinta pero cercana a la luna de los otros.

Y que cuando la escribimos, volvemos a inventarla.


 

Poemas

 


Réquiem para una niña

 

Hoy

una tarde de noviembre

una tarde de sol

                           en tierra extraña

te mueres

es amarga la pócima de ortiga

pero certera como flecha,

no lloro

de las dos una debía ser.

Hoy

una tarde de sol

                      en tierra extraña

caes a mi lado

                                    muerta

te visto de redes

porque vamos al mar

                             y te dejo flotando

 

 

En  tránsito

 

la sangre corre

sin saber dónde encontrar la herida,

toca a ciegas el abismo de otra sangre,

interrumpe el cansancio de la anémona,

viaja

es un viaje de ningún lado hacia ninguna parte.

 

Sin embargo, insiste.

Como algunas vidas

 

Supermercado

 

yo, para no ir más lejos,

hablo de bueyes perdidos

con el muchacho de gorro azul

que pesa las verduras,

él me da una bolsita de alcauciles

y demora la entrega

algo más de la cuenta

yo me dejo rozar la punta de los dedos

por sus manos de tierra

 invento que el tiempo está muy loco,

que se hacen largas las horas en la tarde,

que los niños,

que las papas,

que mañana quién sabe saldrá el sol...

 

 De,  Después de la tormenta (2000)

 

Sicilia, 1996

 

había jazmín

en la isla

la canzonetta

entraba

por las hendijas

de la ventana

 

había

un padre

 

dejaba de ser

un soldado ciego

en la primera línea de fuego

 

 

Instrucciones para el momento de llorar

 

el juego es así:

inclinada

la cabeza

hacia mis manos

una

a

una

caen

en el hueco,

esperamos

la última

(siempre hay una última)

y corremos a la orilla

las dejamos ahí

libres

crías salvajes

 

el mar acuna

lo que el cuerpo perdió

 

 

De,  La cercanía del mar (2009)

 

La madre de Camus

 

A crin húmeda olía

el colchón

donde alumbró 

una vida de silencio,

guardó

a su hombre muerto

en campo de batalla,

esquirlas de obús,

postales enviadas

desde el frente.

No conocía de historia,

Francia había sido

una palabra

al otro lado del mar.

 

Era de la raza de las inocentes,

las que lavan la ropa sucia de los otros

las que limpian los suelos de rodillas

las que planchan el único pantalón del hijo

y encuentran en el bolsillo agujereado

la moneda para el fútbol

del día siguiente,

no piden promesas de amor

ni salvan el mundo.

 

Callada hilandera

teje por la noche

la mañana.

 

 

Visita al zoo

 

quisiste ver el crimen

ver de cerca

cómo en un salto

el mono tragó

un pájaro preso

en su jaula

 

tan fácil es matar lo pequeño

lo que tiene alas

y no sabe aún

el secreto del vuelo

basta un leve golpe de viento

para cortar el hilo

que sujeta de una nube

la vida mínima

 

¿era inocencia

andar hurgando las lombrices

bajo la húmeda piedra

de laja mientras la verdad

salvaje

afilaba sus zarpas

en el cuarto de los niños?

 

quisiste ver el crimen

por primera vez

era a otro

a quien mataban

 

 

Manual de supervivencia 

 

 

tu madre era de mármol

la mía de arena

las dos se desintegraron

frente a nuestros ojos

aquella noche

en el desierto

cuando hicimos fuego

y contamos las últimas reservas

a saber:

el poema de la lagartija

oculta entre los médanos

cinco piedras

unas gotas de lluvia

en el hueco de tu mano

sin olvidar el único refugio

la belleza de perder

 

De,  Detrás de los ojos (2016)

 

 

Equipaje

 

 

Este mar, mío,

este aire húmedo, mío

y mi nombre

-incluso si fallo al pronunciarlo

sobre el ataúd-

es mío.

 

Mahmud Darwish

 

 

 

Los lituanos trajeron la foto de Stalin

(decían que los había salvado),

los polacos, la de sus abuelos,

los armenios se hicieron de un cacharro

con un pedazo de pan y queso,

la nieta del que embarcó en puerto griego,

un osito marrón y su almohada,

toda

el hambre, 

la viuda que vino del país en guerra, 

los pasos de la jota, la gallega

y un cuchillo que hundiera

en su pecho, el olor del mar.

 

Los niños de Aleppo

no traen nada.

Gritan agua agua

hasta que a fuerza de repetir,

corren desnudos

bajo un diluvio.

 


De, Mujeres en movimiento (2020)

 

Restitución

 

El cuervo pica la cabeza del cordero de tres días,

le saca los ojos,

el pastor lo devuelve al rebaño,

dice que así, restituye la armonía de la vida.

Antes de morir, las células emiten una luz

cientos de veces mayor a lo normal,

como esas estrellas que irradian

un enorme resplandor en su caída. 

El anciano arranca una flor en el parque

y le dice a su nieta: “Tome m’ hijita,

llévesela a su abuela.”

Y la niña hace como que se va

pero cuando no la miran,

devuelve la flor al lugar en que estaba.

Cuando lo abrieron,

su corazón soltó luciérnagas.

El cuerpo de mi madre era una lumbre.

El mío volvió a cumplir el rito. 

Fue cordero recién nacido para un cuervo.

Así entró su muerte.

También entró la luz.


Inédito

 

Silvia Tocco


Silvia Tocco es argentina.

Es médica, especialista en psicoanálisis de niños y adultos. Realiza acompañamiento desde la espiritualidad y el arte a pacientes de cuidados paliativos, enfermos crónicos y personas en duelo.    

Ha publicado los libros de poesía  Después de la tormenta, Editorial Libros de Alejandría. Argentina, 2000; La cercanía del mar (edición bilingüe español-francés),  Ediciones El Mono Armado. Argentina, 2009; Detrás de los ojos, Ediciones El Mono Armado. Argentina, 2016, y Mujeres en movimiento, editado en Sevilla en 2020.

Sus poemas han sido traducidos al francés, al portugués y al rumano.

Ha recibido el 2° Premio en el Concurso Nacional de Poesía José Pedroni. Argentina, 1999,  la Mención de honor en el IX° Bienal Internacional de Poesía Breve. Valparaíso, Chile, 1999, la Mención Especial en el Premio internacional de poesía Nosside, Italia, 2009 y el primer premio de poesía en español en el Premio Convivio, Sicilia, 2014.

Es representante en Argentina y América Latina del Premio internacional de Poesía Nosside que rescata las lenguas en riesgo de extinción.

Ha formado parte del proyecto Mujer migrante In-Off en Montevideo junto a artistas españoles y uruguayos. El proyecto rescata las historias de las mujeres migrantes en Uruguay. Los poemas escritos formaron parte de espectáculos estrenados en Montevideo en octubre de 2019.

Imparte talleres de escritura y canto junto a Germana Giannini en Sevilla.

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