martes, octubre 31, 2006

JORGE AULICINO


Escribo de noche. Siempre, desde hace años. Solo y sin música. Hubo una época en que escribía en los bares, atento al fenómeno de la musas imprevistas. En rigor no escribía. Eran apenas unos apuntes. Me convencí para siempre que la noche era mi hora. Y el silencio. Cuando no había PC, escribía con una caligrafía cada vez más incomprensible, más provisoria. Trataba, cuando pasaba a máquina los manuscritos, no pensar en qué estaba escribiendo. Mantener el estado de levitación del lenguaje, y tachaba luego el sobrante. La PC fue una bendición para mí. Cuando empecé a usarla, entendí que esa sería siempre mi herramienta. Esas oraciones en estado virtual, que pueden borrarse y volverse a escribir. Letras que se deshacen y recomponen. Una maravilla. No tomo apuntes. Me siento a escribir. Si la letra levanta vuelo, sigo. Me cuesta mantenerla en vilo. Pero no quiero dejar que pase el momento y escribo todo cuanto puedo en cada sentada. Después borro. Casi siempre sobra. Es poco lo que reemplazo. Se trata más bien de borrar. La poesía es lo que falta. Paradojalmente, se borra para obtenerlo. No creo que sentarse de noche a escribir frente a un dispositivo electrónico sea un rito. Si escribo de noche, y en la computadora, y en silencio, es porque en esas condiciones y con esas herramientas siento que las palabras se ponen en un estado de libertad especial. Son condiciones requeridas, nada cabalístico. Es lo necesario para desencadenar un fenómeno. El fenómeno sí, tal vez sea mágico. Siempre hay libros que me acompañan. Auden, por ejemplo. En este momento, escribo con la compañía de un bestiario medieval. Escribo lo que "va surgiendo", pero tengo un plan. Creo que lo que escribo es fragmentario, pero responde a un plan general. Fijo tres o cuatro mojones. El libro tendrá tres partes, digo por ejemplo: un andante, un allegro, un adagio. Si tengo el título, tengo el punto de referencia central. Eso incluye el tema. El último libro que publiqué, Hostias: bueno, tuve el título desde el principio. Se trataba de la comunión. Tuve luego los títulos de cada una de las partes: los tomé del Requiem de Mozart.
Luego me olvidé de todo y empecé a escribir. En los últimos cinco años, los libros que escribí tenían un plan, una idea central, que debía ser perceptible, que se haría perceptible, sin forzarme a eso.

Entendí que todos los libros anteriores, escritos sin plan aparente, habían respondido a un plan. Los fragmentos encontraban un principio y un fin. Algo me decía que el libro se había terminado. Digamos que ahora soy más consciente de las ideas previas. Para demostrarme que escribo con un plan, escribí el librito Las Vegas. Descubrí en Clásica y Moderna unos libros pequeños de arquitectura. Uno de ellos era sobre la arquitectura de Las Vegas. Me produjo de inmediato una especie de arrobamiento. Cada dos páginas, estaba dedicado a un edificio de Las Vegas con una foto. Me propuse escribir una docena de poemas, cada uno de ellos referido a uno de los edificios presentados en el librito, y cuyo título fuera el nombre del edificio en cuestión. Digo: referidos. Con una muy libre y suelta referencia. La artificialidad del conjunto fue lo que me sirvió de guía principal. Esa ciudad pura electricidad, en base a electricidad, muerta de día, presentada técnicamente, fijada en breves iluminaciones en un libro mínimo; esa idea.

Siempre dejo descansar los textos, aunque no mucho. La corrección significa lograr la mayor distancia, para aliviar de adjetivos, subjuntivos, etc, y luego, en otra pasada, para eliminar la hojarasca, las limaduras, la viruta, el resto. La poesía se va haciendo.

No escribiría si supiera cuál es su finalidad o su origen. Sólo busco el esfuerzo y el placer de escribir. Mantener el estado de levitación el mayor tiempo posible. Cuando sostener el poema no me cause ese leve retorcijón, esa pregunta: ¿sigo? ¿puedo seguir o me voy a la cama? entonces creo que habré logrado el nirvana. Mi vínculo con la poesía es un vínculo con la historia cruzada de religión. Desde la historia social del arte hasta las películas épicas, fantásticas y de acción, pasando por la crónica y la divulgación científica, la geografía y la arquitectura, hay una amplia gama de asuntos que son el sustrato de la poesía para mí. La falta y la presencia de Dios. Pero si no logro que eso adquiera "estado de poesía", pues es un fracaso. Borrar a veces significa eliminar completamente. Lo que no se sostiene, no se sostiene, es inútil maquillarlo, operarlo, peinarlo. Pareciera que para mí la poesía estuviese mediada por la escritura (la ciencia, el arte, la historia, la religión, el cine, los juegos de PC) pero juro que he visto muchas de las cosas que escribí, en la llamada vida real. Y en todo caso, Atila, Saladino, son personajes que conozco en carne y hueso.




Poemas




2 - Hostias


Cetrería

¿Qué saben hoy de tu propósito la hez de los atrios,
el violador, el impune, el manco, el sudoroso idiota,
el que corta el teléfono con furia, el que llora ?
¿Y qué sabe el que sabe, el que derramó vísceras,
las unió con electrodos, las puso a freír,
gritó de placer al descubrir la fórmula,
al ver las natas del hipotálamo,
la explicación de la tos o del estornudo?
¿Qué saben de tus voces encapsuladas en nuestro corazón
los que duermen en un banco, los que fueron muy lejos,
los que se mueren en el subte, los que muerden el freno,
y aquellos que trepan a las torres de alta tensión porque es su trabajo?
¿Dónde está el fulgor? ¿Quién lo buscaría en la historia conocida,
en el homicidio reprimido, en la basura del mercado?
Y sin embargo, cualquier sonido en la floja madrugada
podría llevarnos a tu abismo certero.
Un pensamiento cualquiera, liberado de su noria,
en el aire del búho que alejó el sufrimiento.


3 - Communio

1

Deberíamos saberlo; pero,
¿en qué desvío se extravío la copia,
el pergamino en que escribiste,
el que vimos cuando se elevaba
el sol rojo de las hecatombes?
Porque alguien leyó, todos leyeron, todos supieron
--César caminando por el campamento en horas vacías
y oyendo la tos de uno, la plegaria de otro,
mientras su mente se alzaba hacia Apolo;
o Lucas, recorriendo al tacto el anverso de las palabras;
o el que de pronto estuvo rodeado
por las paredes de hielo de un pensamiento;
dados o tormentas;
el que vio llegar el barco oscuro o el alado mensajero--;
todos supieron,
y todos volvieron
al viento y a su incipiente mensaje.
Deberíamos saberlo
en la contemplación fría de un espigón,
en el empeño de los que descargan
el camión tras el mercado.
Ya el pez no tiene olor después de muerto.
Pero deberíamos saberlo. Aunque no haya cifra.
O porque está la cifra congelada.
O porque es triste la muerte del lunático.
O porque no querríamos la muerte para nada.

4
"... amigos, habláis de rimas..."
Juan L. Ortiz

Vienen ríos, como los cachalotes, a morir en las playas
rodeados de moscas y chicaneados por zánganos.
Pero cuando nacen allá, en el occidente,
cargados de barros o de aguas de nevadas;
y cuando crecen, entre toscas o totoras;
o cuando se hinchan bajo el parlotear de cotorras;
allá, en el color de mate de esos crepúsculos.
Pampas, esas pampas, esos largos pajonales,
esas gordas, ásperas gotas; esas bandadas en círculos.
Ya viste el chajá en el agua desconfiada, hasta las rodillas;
y la yegua tordilla, el pelo de los ijares goteando barro;
viste la res abierta y la bosta fragante y el rocío afilado.
Quédate aquí a morir, como llegando a todo.
Quédate aquí a morir, como el agua que gotea de las chapas.
Y va al mínimo torrente, anda entre los pastos y se pierde.

5

Incensar la tarde con lo que apronta el corazón.
El corazón, como el muelle donde andan, dormidos,
raros marsupiales. O el tipo aquel, de la bufanda.
Y el corazón, donde un rostro de mujer se estira,
hecho de humo en alborada, allá, contra un cielo
poroso aún, esponjado; espalda de desierta mañana.
El corazón con el crujido de un mueble o de un libro.
El corazón, la gastada palabra, la lavada palabra.
El corazón, abierto a las rutinas industriales,
al costillar de los hechos; el corazón que cuenta las costillas.
Incensar la tarde, limpiar el rincón, tender la cama.


9

Padre que nos diste la precisión y el cálculo.
Padre que chorrea por las paredes cuando llueve.
Padre que se quema en los basurales
o cae como una bolsa de cemento.
Padre, nos diste el amor que ya agrietó los huesos.
Alteramos en el escenario unos cuantos enseres.
Y tu perdón se desliza por los techos.

11

Dardo al fin extraviado más allá del límite del aire,
la conciencia se parte ante los ángeles
y el pensamiento cesa en la lejana aduana.
Construiremos todavía unas casas fenicias.
Andaremos todavía con un báculo apagado.
Ya no te ríes. Ya no quemas nuestro pan.
En la iglesia vacía se respira un angelus.
Esta humedad huraña en los estucos,
estas baldosas gastadas, el hombre que allá se inclina,
la furia que se eleva como el humo de un sacrificio,
el vitral blanco y azul en el que se quiebra el recuerdo,
la mujer que llevo en el cuerpo:
no soy menos feliz con esto
que con la búsqueda del arca.
Libéranos para siempre de la guerra, del horror, del sacrificio.
Hay, bajo estas piedras, rosas de bronce seco y armas enterradas.
¿Cuántos pueblos los ríos arrojaron en los barrancos?
Y cuántos buscan algo útil en la resaca.
Esta humanidad que come, y la que come los restos,
sostienen las iglesias vacías y averiadas.

De, Hostias



Boardwalk Casino


Las fantasías y los recuerdos
son, dice, la misma cosa.
¿Dirías que son materia?
¿Son materia los efectos eléctricos?
¿Es materia la luz tamizada
de un día sin sol en un departamento?
Si se pudiera sostener por varios segundos
ante la vista la estructura de la mente,
si con ella se pudiera hacer una foto
como de una montaña rusa iluminada,
sostenida a su vez por marquesinas
como guardas de resplandor amarillo,
qué cierto y rústico sería el desierto,
qué verdad la conquista de un proyecto,
qué real vos y los que pasan y hablan.


Flamingo Hilton


Elevadas las rosas, secas las paredes.
Los pasos apurados por las habitaciones.
El celofán guardado en los placares.
Ahora, como si patearas masas de cables viejos en la calle,
exigirías respuestas a los problemas manufacturados
con que te engañaste a lo largo de muchos años.
Banalidad en la historia íntima de cada casa actual
Y de todas las casas ya desaparecidas: los regalos,
Las enfermedades, las cenas, los patios, las cortinas.
Las rosas son elevadas, las paredes son secas
--mueren después, duran años con sus manchas,
Pero no tienen el color de la rosa y su enervante delicadeza.
Rosas o flamencos en las grandes mañanas
señalan un itinerario en el que nadie se confunde.
Esto es rojo, aquello es rosa, la materia es tenue.




MGM Grand Hotel, Casino and Theme Park

Tiranía del deseo, aún sin objeto:
el mero desierto, y sobre él
materia indescriptible de sueños rudos:
un hombre con cara de rueda de bicicleta,
el pánico de mil arañas en fuga,
la autorreproducción de máquinas
con copetes de helechos o podridas
plantas acuáticas,
la inenarrable acumulación de lo que drenan los sueños,
canaletas tapadas por trapos y fetos de ardillas,
fuegos artificiales y puros impulsos nerviosos;
la rígida opción entre el búnker monacal y el palacio,
un león de grifería en la entrada.



Caesars Palace

Redoble de platillos y un metrónomo en el paisaje.
No hay vida natural tras las ventanas.
Como si todo hubiese sido levantado
por gitanos del espacio que no conocieran el fuego;
cuyas manos hubiesen estado entrenadas por siglos
en el manejo de rayos, en la fabricación industrial de cosmos.




Ferguson´s Downtown Motel


Fumando un cigarrillo en la terraza,
el rápido enfriamiento de la tierra alrededor;
una situación abstracta, sin cadencias,
la vida como caños vacíos
en los que resuena de vez en cuando un golpe,
gorgoteos, un crujido.
Civilización nocturna, respiración artificial,
venas de neón a la intemperie;
la obra un desatino interminable,
el mundo un misterio corrompido.


Pop architecture


Desde lejos se ven como paredes de crema batida,
de cerca se aprecian los pedazos de loza
agregados a la mezcla.
Desde un avión a baja altura sólo serían cajas blancas.
Se puede imaginar un borracho tardío entre botellas
completando la escena a las diez de la mañana.
Esa es la hora en que la vida real retuerce las tripas,
recuerda la necesidad, limita la libertad,
invoca paisajes más netos de bidet e inodoro
en los que se restablece un orden insuficiente.



Tragamonedas

Usuarios de tarjetas de crédito y cheques de viajero
intentando la antigua transmutación de los metales,
la suerte entregada a la estadística que llaman azar.
Al amparo de las moscas de los pensamientos,
a cubierto de la humedad corrosiva de los ácidos
del tiempo que camina por delante de las ventanas
y que vuela por encima de las grandes ciudades;
en una noche de terciopelos eternos y luces reguladas,
buscan el sorprendente flanco de las cosas,
el núcleo latente del mundo, hecho de esmeralda
y pórfido, de níquel y de rosas de oro líquido


De, Las Vegas


Jorge Aulicino


Nací en Buenos Aires, en 1949. Viví mi infancia y parte de la adolescencia en Ciudadela, provincia de Buenos Aires. Soy nieto de inmigrantes italianos y españoles. Mis viejos eran comunistas. La poesía empezó para mí con la colección Robin Hood, cuyos libros me iba regalando cada año, desde los seis años, la hija de un carpintero. Mis dioses son los árboles y el genio de la literatura, que sopla donde quiere, y en los más diversos oficios y escrituras: ciencia, política, religión, periodismo, ensayo, filosofía. Publiqué los libros de poesía Vuelo bajo, Poeta antiguo, La caída de los cuerpos, Paisaje con autor, Hombres en un restaurante. Almas en movimiento, La línea del coyote, Las Vegas, La luz checoslovaca, La nada, Hostias, Soy periodista.

SELVA DIPASQUALE


A los ocho años me declaré poeta con un manuscrito que conservo, así como en mi memoria guardo las circunstancias en las que fue escrito, frescas, como si hubiesen ocurrido ayer. En mi infancia no podía transcribir al papel la catarata de imágenes que me invadía. Recuerdo claramente acostarme boca arriba, en cualquier lugar, cerrar los ojos y ese suceso ocurría en colores. A los 15 empecé a escribir Teoría de la Ubicación en el Espacio, que muchos años después formó parte de mi primer libro Camaleón. Recién a los 25 tuve interés en compartir lo que escribía, en aprender relacionarme con otra gente que escribiese. Quería entender lo que hacía. En esa época la poesía aparecía siempre como un contrapunto. Por ejemplo, en un aula de la Facultad de Derecho mientras estudiaba alguna materia árida surgía algún pensamiento, alguna imagen para un poema, o en paralelo a algún conflicto afectivo o familiar. De todos modos, estoy segura de que la escritura de poesía no se trató nunca de un intento de fuga de la realidad, sino que acompaña mi vida. Y en el presente, sigo teniendo muchas imágenes como un cine en mi cabeza que intento atrapar para escribir.
Muchas veces escribo en medio del caos. Varios proyectos a la vez. Tengo diversos papeles y libros arriba del escritorio y de la mesa de luz. Soy dispersa. Cuando aparecen las ideas requiero un espectro de ellas para poder concretar alguna. Tomo notas. Y cuando me siento a escribir necesito de una concentración y energía especiales para pasarlas en limpio. Vivo la poesía como una forma de contemplación activa. Suelo leer en voz alta lo que voy escribiendo, busco escuchar la música del poema. Me atrae la escritura como juego tanto como descomponer las palabras y jugar con su sonoridad. Reescribir el mundo, algo así como hacer la enciclopedia propia. Entiendo la poesía como una forma de explosión, como dije en este poema de mi primer libro: Los niños manchan con témpera la mitad de una hoja, la doblan y al abrirla los sorprende la expansión de un nuevo objeto. Eso es escribir. Quiero yo que eso sea escribir. La expansión puede ser breve, pero constituye la esencia del objeto. Entonces me propongo el siguiente ejercicio: desnudar objetos y aplastarlos. Descubrir los árboles genealógicos y las raíces de todo lo que nos rodea, conscientes de que en esa maraña realmente somos: claveles del aire. 

El arte no es decorativo sino pura acción en la contemplación. La escritura de poesía es una capacidad más. Hay personas que tienen la facultad de aproximarse a las cosas y a los seres con una mirada poética. La poesía es contemplación activa, comprometida y sensible del mundo, otro intento de descifrar sus secretos. Un poeta puede establecer infinitas conexiones con el mundo, la realidad, la naturaleza, las personas, y con otras materias de estudio. Un poeta puede abordar diversos temas, incluso aquellos que, en principio, parecieran no interesarle.

Algunos poemas nacen de un tirón, otros me llevan años. Guardo archivos en la computadora que llamo Poemas sueltos o Poemas sin proyecto y otros en los que me propongo una investigación sobre temas que me interesan. Escribo a mano o en la computadora. Eso depende de lo que cada poema me exija.
Siempre sentí una conexión intensa con la luna. Eso, a veces me sigue pasando. En días de luna llena el golpe de gracia, del que habla Clarice Lispector, puede ser más intenso, tanto para escribir como para revisar un poema.
La poesía puede ser también una práctica de autoconocimiento.
En esta época de exceso de información y velocidad es desafiante y recomendable tratar de hacer pie, parar, contemplar, ir lento, hondo, hacia las raíces de cada uno.

Dice Joseph Brodsky: ¿Se ha dicho la palabra? Si se ha dicho, / ¿en qué lengua? ... ¿Y cuánto hielo/ hay que echar en el vaso para detener al Titanic/ del pensamiento? ¿Recuerda el todo la función/ de las partes? ¿Qué sentirá un botánico/ al ver pájaros dentro de un acuario? // Imaginemos ahora un vacío absoluto. / Un lugar sin tiempo. / El aire per se. / Aquí y allá. Arriba y abajo...// Éstas son las notas de un naturalista. /... Una lágrima cae en el vacío sin aceleración.../... tiemblo aferrado a mis raíces. 

Alguna vez le dije a mi hija pequeña que el mar no es una pileta, en el mar no hay que dejarse llevar, sino que hay que luchar contra las olas, no perder el equilibrio. De eso se trata escribir poesía, de esa fuerza.





El cielo tiene muchas cosas y aparte se ayudan

 

si en el Cielo hay muchas cosas y algunas no se ven ¡pero no importa! Total están y son cosas. en el Cielo están la Luna, el Sol, las estrellas, las plantas, y los satélites! y casi mas me olvidaba cada uno tiene su turno para salir de la cama y se ayudan por ejemplo el Sol sale primero y lo ayudan a hacerlo mas lindo las nubes y el cielo celeste. Y a los árboles no los tiene que ayudar nadie por que no salen nunca. Bueno pero…ballamos a lo que estabamos ablando dijimos que el Sol tiene quien lo ayude y la luna también pero el mejor ayudante para que alumbren y que den vida es Dios y que los sigan ayudando todos así tenemos luz y además son muy lindos el Sol y la Luna tienen alma y tienen corazón en el corazón tienen que los hizo Dios y en el alma guardan un secreto para el mundo ¿quién lo sabe? solamente Dios y el tiempo ¡que lindo vivan el Sol y la Luna

                                                                                                   22/6/77

Selva Dipasquale (8 años) manuscrito fechado por su papá.





Poemas





SALTOS Y DESPRENDIMIENTOS



                              Si nos batiésemos a duelo
                                             los huevos
                              que están en la heladera
                                             elevarían
                                sus espíritus santos
                               Cada uno desde su trinchera
                               hasta transformarse
                               y hacernos ver
                               Los Molinos del Ultimo Sueño*.



*Los Sueños,  de Akira Kurosawa: la violencia de lo calmo y lo cristalino.



AULLIDOS DESDE UN CLAVO OXIDADO



    El cuerpo se dobla
y el hígado chorrea.

El corcho que un clavo
cruzó.

Peso lo que pesa el metal.

Vivo.

Pase alguien la mano por aquí.

Nubecitas
dibuja
la pelusa del agua.

La Risa Casual de un Clavo:

eso vivo




RETRÁCTIL


Estoy feliz
Entonces me pregunto:
¿No estaré completamente
Equivocada?







2

Dulce de arce. El bosque da vueltas a mí alrededor. El alma es amarilla y sube, sube. Los animales agazapados, rodando van a venir como cuando la miel rebasa del vaso.


3

Canadian flag. Desde esa hoja rojo profundo modernos abejorros (acuosos y plateados) emergen dando vueltas sobre sí.


4

Alaska. Sus cabezas buenas cantando. Verdes, marrones, azules: vi una historia de hielo en sus ojos. Espejos invertidos. Despacio, un montón de canadienses caminando hacia mí.


10

Cordón vegetal.  Mutina nació hace dos días. Nadie la puede tocar hasta mañana. La madre me pide que la lleve a mi casa. Tiro del cordón umbilical, es un pasto muy largo. Encastrada en una tela la bebé se acerca lentamente. Nos sentamos en círculo. La madre se va. ¿Y si llora? y ¿si algún insecto...? y ¿si se cayera? La casa no está preparada para bebés. Distintas voces opinaron sobre el nombre de Mutina.




De,  El cuaderno del Bosque 




http://poesiaenlaselva.blogspot.com/search/label/El%20cuaderno%20del%20Bosque





Anudo el alma a las sombras
camino.

El sol se detiene en el
duro corazón
de la simetría.

Puntos de luz.

Lo que acaricio
se derrite.


***

Lágrimas de ácido en el hueco de la memoria.

Raspar, raspar, raspar
pero nada, nada, nada.

Círculos de leche petrificados.

Los fantasmas no tienen
base de sustentación
sí talento para enroscarse
a las raíces oscuras de la hiedra.

Picar, golpear, destruir

encontrar la melodía
del frío de la noche.


***

En el centro de la flor
en el centro
de la sombra de la mano
brilla exacta
la yema del tiempo.



De, La sombra de la mano 




Selva Dipasquale


Selva Dipasquale, nació en la Provincia de Buenos Aires en 1968. Vive y trabaja en la Ciudad de Buenos Aires. Es abogada (UBA), poeta y curiosa de diversas artes.  Traduce poesía italiana. Publicó La sombra de la mano (Zindo & Gafuri, 2015); La disipación (Recovecos, 2012); Ballyhoo (Ediciones Melón, 2012); Meditaciones en el Bosque (Ediciones en Danza, 2007); Paraselene (Ediciones Vox, 2005); Camaleón (Tsé-Tsé, 1998); Teoría de la Ubicación en el Espacio (Grupo Seis Sellos, 1994) y, junto a Tamara Domenech, Poética de los Oficios y Tallar te obliga a pensar en las cosas (Ediciones A Capela 2020); Integra diversas antologías de poesía argentina. Coordina junto los sitios de divulgación: La Infancia del ProcedimientoEl Infinito Viajar:   Revista-blog en la que lleva adelante la sección de poesía: Paraselene. Traduce poesía italiana para el blog El arte de una posibilidad. Y desde abril de 2020 administra una Biblioteca Virtual.

 


sábado, octubre 28, 2006

LAURA WITTNER



Cuando aparece el puntito inicial, o parece que aparece, me viene un apuro tremendo por pasarlo a escritura. No importa el lugar ni la hora; solamente tener un momento a solas (aunque puedo estar rodeada de desconocidos, por ejemplo en un bar), una lapicera (o lápiz) y un papel. Ese puntito inicial suele consistir en no más que una frase – a veces, si tengo suerte, rodeada de un "halo" bastante impreciso que sugiere hacia dónde o cómo podría llegar a ser ampliada la idea. Aunque casi nunca viene en forma de idea. Concretamente suele tratarse de una imagen (visual en la mayoría de los casos) que ha nacido con música propia y capacidad de sugerir – de sugerirme de qué estoy por hablar en realidad. Bueno. Entonces viene el momento de pasarlo a tinta. Casi siempre tengo conmigo mi cuaderno y mi lapicera. Pero si no, la prueba primera puede hacerse incluso en una servilletita de papel o un volante que me hayan dado por la calle. A veces la prueba primera falla; leo lo que acabo de escribir y me digo: "y esta mierda, ¿Qué es?". Listo. Quién sabe si volveré a escribir alguna vez (a esta altura, de todas formas, ya no entro en pánico). Otras veces, cierro el cuaderno con la sensación de que la línea que acabo de anotar podrá ser expandida y convertida en "algo" más adelante, tal vez cuando llegue a casa y me siente en la computadora, tal vez en meses o años. Y otras veces, las mejores, así como se hace tinta la línea inicial dispara continuaciones; y entonces voy y vengo, tacho, releo, levanto la vista, miro por la ventana, me siento realmente encapsulada y escindida de lo que me rodea, aunque al mismo tiempo más integrada al mundo que nunca. Mirá lo que acabo de declarar. Pero un poco es así; es una sensación que descubrí de niña cuando empecé a entender que "escribía". (Y en esa época era capaz de "escribir" una página entera mentalmente, corrigiendo incluso, mientras caminaba o viajaba en colectivo, para después llegar y descargarla en la Olivetti como si tal cosa). La segunda instancia es pasar lo escrito a la computadora. Ahí a veces ya reescribo en el momento, corrijo, me sorprendo de mi torpeza inicial. Otras veces pasa todo bastante parecido a como surgió. El momento de trasladar el dibujito de mi letra en tinta al blanco y negro aparentemente serio del Word siempre me produce una sensación de ritual. Algo de exaltación, pero también de miedo: mirá si ahora se desvanece todo. Si no le veo sentido. En fin, el miedo básico. A veces algo en el poema que estoy escribiendo me lleva a elegir un formato o tamaño de letra en particular. Suelo tener el impulso de redondear el poema en la primera pasada a la compu, salvo que vea que puede llegar a tratarse de algo más largo, en fragmentos. En ese caso me dispongo a esperar que los meses me vayan dando una idea de lo que estoy haciendo. Guardo el documento hasta el día siguiente: otra ocasión para no reconocer qué quise hacer y olvidar el asunto. Si supero esta tercera posibilidad de anulación, casi siempre corrijo. Corregir, para mí, consiste mayormente en cortar. En ocasiones no puedo creer cómo me he desbocado, cuánto hay de más en un texto... y además... ¿esa rima indeseada? ¿Cómo no la había visto? ¿o la deseo? ¿y si la intensifico? Ensayos que pueden prosperar o volver a dejar todo como estaba.
Escribir escuchando música no puedo. Sería como escuchar dos músicas al mismo tiempo. Lo que he logrado últimamente, aunque no sé si me va a favor o en contra, es corregir o reconsiderar un texto mientras mi hijo se transforma en power ranger y lucha contra el mal (¡Power Ranger dame el poder!).
No tengo nada parecido al orden – como un plan inicial, investigación ni horario fijo para escribir. El poema viene cuando viene, y ahí lo escribo. Estoy bastante cerca de admitir que creo en "la inspiración". Puedo reconocer factores que con seguridad ayudan a activar o desactivar el mecanismo: si estoy leyendo cosas que me gustan, probablemente escriba o piense en escribir. Si estoy muy angustiada o preocupada, no habrá forma. Si tengo la lapicera que quiero sobre el papel que quiero, si logro un lindo deslizamiento, es posible que me anime y juguetee, y de ese jugueteo tal vez salga una idea que de otro modo quién sabe. Pero nunca me fuerzo (por no decir "nunca me esfuerzo"), porque ya comprobé que eso conmigo no funciona. A veces no escribo durante meses. Una vez fueron años. Sin embargo, cada vez que termino un poema disfruto de esa tremenda sensación fugaz, una especie de déjà vu existencial que podría resumirse en algo así como: "Ah, claro. Esto es lo que yo hago".
Aun sin plan, algunos poemas se van reuniendo entre ellos. A veces al cuarto o quinto me doy cuenta de que parece haber un sentido en común, que esos poemas van juntos. Hace poco escribí un grupo que se llama Lluvias; es la primera vez que armo algo un poco más organizado, con textos que remiten a lo mismo, al menos en un nivel. Cuando terminé me di cuenta de que todas esas imágenes, ideas, músicas, venían dando vueltas en mi cabeza desde hacía años, o décadas. Pero en realidad es así con casi todo: creo que lo mío son tres o cuatro temas que me acompañan desde siempre. Se enriquecen, se ponen en segundo plano, adquieren nuevas dimensiones... pero siguen siendo siempre los mismos tres o cuatro.


Poemas

Dentro de casa


17.

Están volviendo
todas las historias infantiles;
todo está siendo sometido a juicio,
ya nada es pintoresco, material para poesía.
Los padres son los imputados
y parecen culpables;
nosotros ya empezamos
a parecer culpables.

18.

Se me dirá: doméstico es cualquiera.
Yo no lo niego, pero no puedo
dejar de advertir algunas cosas.
Grito entonces si la silla con rueditas
pasa por sobre el gancho imantado del morral
y observo cómo la cafetera
empieza a aparecer por todas partes
ostentando sus dibujos de vapor interno,
su cáustico fondo fangoso.

22.

Pensar en parques, en sonidos,
y añorar. Cuidar la fiebre,
querer con todo el corazón,
y envolver con todo el cuerpo.

23.

Yo me pierdo en las connotaciones,
dudo de la existencia
de las palabras; lo mismo
con la veracidad de ciertas caras.
Del otro lado de la puerta
mi hijo aprende todo
y se me hierve el agua del café.

24.

La coca chisporrotea
en un vaso
en la oscuridad.

40.

Fui y me creí todo,
y eso me hizo feliz. Vi
dos mariposas prendidas en el sweater
de la chica sufriente, que se había quedado trabajando
en la penumbra, y fue perfecto, me dije, porque
el entero sentido de esa escena
podía condensarse en, y deducirse de,
las dos mariposas en el pecho, en diagonal.

Cambios de luz

Las nubes deciden lo que nos hace esta penumbra, parece
que toda una familia de nubes migra
en una sola noche y por eso se apuran
una tras otra en esa línea de vapor mutante
que por fortuna atraviesa la luna
y es el apuro lo que las hace ir cayéndose, desprenderse
de cualquier forma en un instante, metiéndonos ideas
en la cabeza a vos y a mí que musitamos la palabra
de lo que vemos y en la segunda sílaba callamos
porque no es eso, está siendo otra cosa y así
no hay diccionario que resista.


La tomadora de café


2

Ilustración de la teoría del esfuerzo.
La necesidad del merodeo y la confinación,
de la queja, mirar la tele y aceptar que llueva
durante días. El aroma, la escalera que lleva al ventanal en L
y a la mesa con mantel azul serán una elección y no un refugio.
A esto lo llamaremos "proceso de mejoramiento":
con pocos trazos se compone una imagen
por la que hasta es posible caminar.
Una curva en la costa, tejados rojos,
un potrillito cómico que apura el tranco
para no perder de vista a su mamá. A la noche
veremos una estrella fugaz en el momento esperado.
Durante tres segundos se caerá del cielo,
y nos dejará en penumbras, en ascuas
bajo el resto de la vía láctea.


4

Otra vez sólida y eterna
en la oscuridad del microcine.
Cuántas películas sirven para que una mujer
vaya volviéndose linda: si tiene tacos, si no,
si tiene la nariz medio ganchuda pero esa
esa sonrisa a medio armar
y esos miedos poéticos que un buen director
sabe enmarañar con uno o dos
mechones sueltos cuando se trata de su actriz
o de su espectadora, a quien sin conocer
ilumina y maquilla,
dejando que se entregue
a voluntad
al deleite, en la oscuridad.

7

Se despertó el mundo. Se despertó la percepción.
Hicieron facturas en la panadería
antes del amanecer, y al kinoto le salieron cosas blancas.
Todo emana un perfume repleto y activo:
no se le puede dar más tratamiento
(un tratamiento mejor) que percibirlo.


Un poco verde, verde, muy verde


Agosto

Tras las lluvias, palomas empapadas aterrizan en la baranda del balcón.
Hay dos que intentan cortejarse, se cortejan.
El resto las repudia: ¿Cómo puede ser...?
Pero enseguida sus miradas fulminantes, sin elasticidad,
cambian de dirección. Con ellas van también
los negros – funestos – pensamientos.

Septiembre

Cayeron los primeros kinotos. Hubiera querido
tener un rincón donde quemarlos, mirarlos, esperar
que esta misma quietud traspasada de ácido y naranja
ardiera en el carbón, íntima pero invasiva.
En cambio hay dos frutos redondos
en silencio posados en la tierra.



Luna de miel

¿Qué croaba esas noches? ¿Ranas en semejante ciudad?
Volvíamos entre jardines, pero entrábamos a grandes edificios
para subir altísimo, fumar en los ventosos balcones,
dormir sin sueños, hasta la hora de desayunar.



Equilibrio.  

En los aviones y en los trenes, uno
se siente sólido y eterno.

Juan José Saer
(Dylan Thomas in America)

1

Llegamos al lugar donde acamparemos durante veinte días. "Éste es el terreno." Hay que alisarlo, desmalezar un poco. Ponemos manos a la obra. Todo se hace en silencio. El sol está bajando, y nos llenamos de un sentimiento desolador. ¿Por qué aquí, por qué no veinte metros más allá? ¿De qué manera este perímetro arbitrario nos puede contener? ¿Qué significado retiene ese alerce de tronco ancho, esta loma de pasto quemado? Se alzan las tiendas en semicírculo y la vida recomienza. Después de todo nos tenemos a nosotros mismos: ¿o acaso no hemos ido, no estamos allí, condensados en una especie de equipaje de mano que pronto se despliega con docilidad, aceptando las nuevas marcas?
El día de la partida volvemos a callar. Diligentes, retiramos todo lo que es nuestro. Pero el territorio no se despoja de sentido, y abandonarlo se nos vuelve absurdo. La mancha de cenizas es donde cocinábamos. Por esta hondonada caminamos hacia el lago, cada noche, conversando y riendo en voz baja. El sendero que se pierde entre las lengas nos lleva hasta el río, y por allí hemos vuelto varias veces al día cargando el agua en una olla. En estas ramas se tiende la ropa a secar. No es fortuita la disposición de aquellas rocas: delimitan nuestra sala de lectura.
¿Es necesario irse? También aquí podríamos vivir.


Tres versiones

Cheever vuelve de Manhattan y se acuesta

Camino y camino.
En calle Cincuenta y tres elevo una plegaria,
después almuerzo y veo el partido.
Vuelvo a casa en el tren,
tomo un poco de gin
y estudio italiano.
Me despierto a las tres de la mañana
paralizado por el pensamiento de lo que no hice
– mis dientes, por ejemplo. Y de pronto
creo ver con claridad
el pasadizo (en las relaciones humanas)
donde la línea entre creatividad y luz y oscuridad
y desastre
es fina
como un pelo. Y pienso
que es una carga heredada,
que mi madre ya cargaba con ella,
y que, como en todo, la luz
triunfará. Me parece ver el rostro seductor
de la sabiduría, la articulación, la poesía.
Algo que se puede cultivar, hacer que florezca
como una perversa tentación:
una cadena de falsas y suaves promesas,
una tierra artificial de leche y miel.
Digo entonces: que hay un gusano en la rosa
pero que no es fatal. Preferiría, sin embargo,
no tener esta visión de desastre.
Rezo por eso,
o por una comprensión más completa y relajada
de que la fuerza vital casi siempre está en disputa.

Irving intenta emocionar hablando del invierno


Delante de los focos, la nieve parpadea
como si esas dos que pasan arrojaran diamantes.
El llanto perpetuo de un bebé, la voz inquisitiva de un chico,
el frío agreste que se aleja
con su olor a manzanos sin plantar,
y su necesidad
de meter la pala en la tierra
para ver cuán profundo se retiró la helada.
Esperar, a ver qué pasa.
Esperar y ver qué pasa.
Mansfield y el tema de "pararse a mirar"
Después paseamos calle abajo.
Del brazo. Hacía calor.
Vos te apantallabas con el catálogo
y repetías: "mirá, mirá",
y nos parábamos 100 años a mirar,
para después seguir nuestro camino.


De, La tomadora de café



Laura Wittner



Nací en Buenos Aires en 1967. Desde los 13 hasta los 18 estudié literatura y escritura con Juan Carlos Martini Real. A los 17 publiqué un libro de cuentos. Me recibí de Licenciada en Letras en la UBA. Trabajé siete años en la sección de Espectáculos del diario Buenos Aires Herald. Ahora trabajo traduciendo del inglés, y traduzco también por placer (poesía, más que nada). Mis propios poemas los publiqué en los libros El pasillo del tren (Trompa de Falopo, 1996),  Los cosacos (Del diego, 1998), Las últimas mudanzas (Vox, 2001) y La tomadora de café (Vox, 2005). También en varias antologías, revistas y páginas web. En Francia acaba de publicarse mi primer libro para chicos, Cahier du temps, ilustrado por Gwen Le Gac (Actes Sud, 2006).

viernes, octubre 27, 2006

LAURA LOBOV


Tomo notas en bares y colectivos en alguna libreta o papel que tenga a mano, generalmente son ideas, esbozos de cosas que a veces quedan en eso y otras crecen para convertirse en algo más. Para escribir, prefiero la computadora. Me encanta sentarme ahí, al lado de la ventana, mirar el cielo, las ventanas de enfrente, la gente que camina por la calle. El rito es bastante sencillo, prendo la pc y, mientras se inicia, me preparo un mate. A veces escribo con música, otras, prefiero el silencio. Aunque el silencio en mi casa no existe, por la ventana, escucho pasar al 60, a los chinos del depósito que gritan, las voces de los mecánicos del taller. Eso también es una banda de sonido. Me gusta leer en voz alta lo que voy haciendo. Escribo cuando puedo, cuando vuelvo de trabajar, antes de irme a dormir, en el trabajo (shhhh). Lo que más me gusta son los sábados de sol, abrir todo, que la luz entre y se refleje en las paredes naranjas, saber que tengo todo el día por delante para hacer las cosas que quiero. En general empiezo a escribir y el plan se va armando solo. Solo o de manera inconsciente, no sé o es lo mismo. Después, cuando lo descubro, puede ser que lea cosas que se relacionan con lo que estoy escribiendo o pregunte sobre eso a la gente que conozco, pero en realidad lo que más me pasa es que empiezo a ver el tema por todos lados, como una pequeña obsesión. Necesito corregir en papel. Las primeras correcciones las hago en pantalla pero son parte del proceso inicial de escritura, después imprimo todo muchas veces, lo leo, lo corrijo, lo dejo por un tiempo...Que descanse, repose, leve. Y después lo retomo. Primero aparecen las imágenes. Creo que la música surge en el momento en que las imágenes van tocando el papel (o la pantalla en este caso), como si lo que veo fuera encontrando su propio espacio. Su espacio en la página y su espacio en la canción del poema. Por eso me gusta leer en voz alta. Para poder ajustar lo que se ve con lo que se escucha para escuchar más fuerte un sonido que viene de lejos y que llega hasta acá.


Poemas



era un cuadrado la casa,
blancas las paredes y el pilar
alto de la entrada. se veía todo el cielo.
el cosmos, decían.
cuando en la capital
se ven con suerte
algunas luces. la materia
desordenada y en polvo
se transforma. sin ir más lejos,
en frente, un primer piso
iluminado en la madrugada esconde
pequeños tesoros, un trofeo de karate, una heladera
y restos de algo. habría que ir al campo, salir
a la terraza, escapar
en la sábana oscura que se alza
sobre los otros. él trajo
una revista desplegable, estiró el índice,
apenas con la punta así,
cuando eras chica preguntaste
qué es el cosmos, te muestro, acá
estamos nosotros.


***


pienso cómo entra
no mi casa que es chica, la torre,
el parque, la pileta, tu habitación. todos
en este punto luminoso que su dedo tapa
y la distancia, el trayecto que recorre el dedo
de un planeta al otro.
hace calor y prendemos
estrellitas y bengalas en la calle.
cuando tu mamá era chica
no existía la tele en colores ni tampoco
el pilarcito. y en el piso de enfrente
apagaron la luz, si el mundo
no va a estallar debería
buscar algo que encender, cigarrillos
papeles. fuego. la tierra
está corrida del eje
si todos saltamos a la vez
volvería a su centro. escucho
un despertador en cada casa. ahora
el desayuno, ahora,
caerían las cosas, los vidrios
se astillarían.
y más tarde
caminar por la calle
entre los restos con la idea
del deber cumplido.

***

ahora que todo estalla
bombas, planetas, naves qué pasaría
si mi casa empieza a arder y
la otra y la otra y la otra y así
se enciende este punto.


***

en el piso de enfrente
apagaron la luz, si el mundo
no va a estallar debería
buscar algo que encender, cigarrillos
papeles. fuego. la tierra
está corrida del eje
si todos saltamos a la vez
volvería a su centro. escucho
un despertador en cada casa. ahora
el desayuno, ahora,
caerían las cosas, los vidrios
se astillarían.
y más tarde
caminar por la calle
entre los restos con la idea
del deber cumplido.


***

una polilla volaba,
bajo la mesa
yo con ese miedo siempre
a lo que viniera del aire. la agarraste
con los dedos,
no hace nada, ¿ves?
no muerde, no respira. para mí
tiene pelos
o un polvillo gris
que cae al matarla. lo que queda
es lo que la hace volar. igual
no quiero ver
la órbita de tus dedos
al tomarla, cortar el vuelo en seco,
como si juntaras con la espada
varias cosas que arrojaste
primero al aire. así
estábamos seguros
mientras los ladrones fueran
seres alados que en silencio
se iban llevando las cosas.

***

hojas y un escarabajo
flotan en la superficie, a su alrededor
algunos hilos oscuros como rastros
de su movimiento.
me quedo en la escalera,
mido cada centímetro,
el borde del frío. ya es hora
y en el abrigo
de la casa se oye
una charla suspendida por el ruido
de la tele. llega la noche
la luz alta se refleja y deforma
en la ondulación del agua. todo se imprime,
hasta la piel. ahora tus dedos, la yema
cada parte del cuerpo
es una ola.

***

nadie lo dice pero existe
un elemento que reúne
a todo el resto, así
se cierra la cadena.
no lo enseñan en ningún lado,
está y algunos saben
de su forma.
pero apenas conocés un par de datos:
los moles y ese brillo intenso que llega
desde lo alto. hoy
todo se confunde, esa luz, ella dijo
es dios, se cuela desde allá
y te mira. tenés que creer
y no mentir, todo
él lo ve mientras querés agarrar con las manos
esos puntos que bailan en la luz.

***

entonces te acordás de una vez que tu abuela casi mata una abeja.

preocupada, colgó un paraguas de la soga
para que le diera sombra, le puso
agua y miel y la dejó ahí, en el patio.

mientras servía la comida, espiaba
por la ventana para saber
si de una vez levanta vuelo.

***

un paraguas negro balanceándose cabeza abajo
solo en la cuerda
una abeja, sobre el piso rojo
caminando, lenta, hacia el agua.

***

te colgabas de las ramas,
los caños de la plaza, una cuerda
o cualquier cosa para ser escalada.
lo que todos llamaban tobogán era
una pendiente. y ahí, en la noche
sacudir el pelo, dejar
que la sangre subiera a la cabeza para ver
luces de colores con los ojos cerrados
y otras blancas al abrirlos despacio
mientras el contorno del parque se dibuja
con el brillo intermitente de las luciérnagas.

***

sólo una lamparita
en el insomnio, la veía
rezar como un blanco amarillo
en la oscuridad. arriba
el cielo
seguía su curso y era
el campo de batalla en el que dios
se disputa la luz
con las estrellas.


De, La casa de la abeja



Laura Lobov



Laura Lobov nació en Buenos Aires el 28 de febrero de 1978. Publicó Balneario, dentro de la colección Arte de Tapas de la Casa de la Poesía (2003) y Las cosas a descansar por Gog y Magog Ediciones (2004), editorial que codirige junto a Julia Sarachu y Miguel Angel Petrecca. Durante los años 2002 y 2003, realizó la producción y coordinación del ciclo mensual Salones Poéticos, música de salón y lecturas poéticas, en la Casa de la Poesía del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Además, sus poemas fueron publicados en El decir y el vértigo. Panorama reciente de la poesía hispanomaericana (1965-1979), México, (2005), Post menem-Antología de poetas argentinos, Chile, (2006), 18 Poetas-Antología de poesía latinoamericana Perú, (2006) y Taquigrafía para principiantes, Buenos Aires, 2002.


miércoles, octubre 25, 2006

CARLOS MARTÍN EGUÍA

No tengo ritos fijos, en una época escribí en movimiento real, quiero decir, componía mis poemas arriba del tren o del colectivo y creo que tenía que ser así, escribir con el murmullo de la realidad de las horas pico en la oreja, no tenía tiempo libre, ahora tampoco lo tengo pero escribo por lo general sentado en una silla, mi silla, y esta sólo se mueve muy lentamente, al compás de la rotación y la traslación terrestre, me muevo con ella por los días y las estaciones. Recuerdo haber escrito dos libros completos en cuadernos artesanales, me cayeron en las manos y tenía que escribir ahí. Período de superstición, período en el que andaba bastante perdido. Tengo planes que son alterados por lo fortuito, lo que va surgiendo es también una parte fundamental, ahí vuelve de vuelta el movimiento, lo que renueva las relaciones planeadas de antemano. Corrijo cada vez que me siento frente al trabajo, siempre encuentro algo que mejorar, esta manía se termina cuando publico. Lo demencial del artista que nunca logra lo que busca se termina con la publicación. Ahí sí ya está. El procedimiento del contrapuntismo entre imbricación y tala. Imbricar imágenes, conceptos, tonos, en fin, materia sónica, y talar lo mismo, imágenes, tonos, etc, que no funcionan. De vez en cuando imagino lo que sería dar con un método que pudiera resumir todos los sistemas de composición para llenar un espacio en blanco. Pero ese método lo controlaría todo y la cuestión perdería incentivo, sería la exhibición de un puro virtuosismo que detesto. Sigo tratando de comprender lo que me rodea y a mi mismo escribiendo, el procedimiento no puede ser un molde preciso y definido, sino actuaría como forma fija o peso muerto y toda esa materia se opondría al vuelo que necesito para conservar el deseo de escribir y la perspicacia necesaria para establecer buenas combinaciones entre las múltiples posibilidades.



Poemas


LA VACA ROJA



Reverberaciones de Freud y Marx
en los laberintos mentales
de las dos lindas trabajadoras sociales
rompiéndose la cabeza frente al niño
que pintó la vaca roja.
Está pidiendo un mejor trato, corean,
seguras de concertar en la raíz
para vertebrar una lumbre.
Al fin el chico
a punto de abrumar la mirada
en una porción de baldosa
dice
yo la vi así
atada al atardecer,
sola y con el poquito de agua
que le llevé en un tacho.



VOLVIENDO DE LA ESCUELITA
RECORDANDO A MANSILLA


Bajo las ondulaciones del aire
en el cielo extendido
en torno al aliento de los perros
en las zanjas
donde se mueven anguilas y se despliega
el estilo rana de las ranas
en el agua podrida por el ciclo
vida muerte
muerta vida
hacia los pajonales
bajo la vibración del vacío
el embate del yaguar
del crepúsculo hacia la noche
en su fantasma bayo oscuro
amarillo Nápoles
en el fondo donde devienen manchas
con pintitas negras
terror de los carpinchos
del animal doméstico
entre el ataque y la quiebra
uno se acostumbra a todo
anda con lobos y es lobo.


LA NOTICIA COMO HAIKU
EN EL RESUMEN INFORMATIVO
DE LAS DOCE



Una nevada prematura
inicia la temporada en Tierra del Fuego.


OBSERVACIÓN IV


Ella hizo un boquete en el sentido
que construía la convivencia
así se escapó de él.


A IMAGEN Y SEMEJANZA

La humedad traspasó primero la pared
después los caños
tomando los cables y comiéndole la luz
a ese sector de la casa
un espacio a oscuras en el nirvana del mineral
donde se levantó moho.
La causa está a la vista y no hay nada que suponer
me dice ella que siempre supo que vivir es actuar
y que está de nuevo
en lo que una vez pensamos como hogar.
Con cara de desconcertado inquilino que vuelve
de trasnochar a la deriva
me pregunto que rincón de mi cerebro
se arruinará primero
a imagen y semejanza.


INFANCIA



La luz del día ya es decrépita
un cuarto de sol varado en el horizonte.
En un rincón de la cocina
mi abuela lee un salmo.
Estoy en el patio mirando hacia el oeste
quizá esperando que los murciélagos salgan a revolotear.
Un perro negro contra la somnolencia anaranjada
pasa por la calle.
Agarro la bicicleta y me lanzo tras él
diciendo
vuelvo dentro de un rato abuela.



LA EFICACIA DE LO LENTO


Salgo de las cuatro paredes
como huyendo de un país de bárbaros asesinos
para disfrutar la mañana
tomando mate en el jardín.
Ni una nube en el cielo.
El aire de una nitidez memorable
exorciza la resaca.
Las cosas se ponen solas
en un movimiento hospitalario.
Mi sombra es tirada de los pelos
por la baba de dos casitas
que se arrastran con suavidad.
Son los caracoles que volvieron
a desplegar sus atentas antenas
contra cualquier clase de celada.



De, La vaca roja (inédito)


Carlos Martín Eguía






Nací el 22 de agosto de 1964 en Castelli, Prov. Bs. As. Estudié biología pero abandoné casi al final, por los mismos años cursé materias de psicología y de filosofía. Comencé a publicar poemas en el año 91 con Anotaciones y otros poemas en la editorial Libros de Tierra Firme, siguieron Repertorio ( Libros de Tierra Firme, 
1998) Phylum vulgata (1999), El sacatrapos (2002) y Oso no hay nieve acá (2004), estos últimos en editorial Siesta. En narrativa publiqué Errantia (2000) en edición de autor, unos 180 ejemplares de los cuales no me queda ninguno, El retama ( en Eloísa cartonera 2004) y La plancha de altibajos ( en la editorial Paradiso, 2006). Tengo inédito un relato que posiblemente lo edite Paradiso y unos poemas bajo el nombre La vaca roja. Estoy empezando a escribir una novela que llevará tiempo. Gané algunos premios. Hace ocho años que enseño ciencias naturales en escuelas secundarias, antes fui fotógrafo, vendedor de pan, de alhajas, de ropa artesanal y por poco de buzones. Siempre hay que comer aun cuando te entregás de lleno a las musas. Tengo una hija que este año cumple 15.

martes, octubre 24, 2006

EMMANUEL TAUB


Los ritos siempre existen mientras uno escribe, lo interesante es que a lo largo de los años los fui deformando, naturalizándolos, volviéndolos parte de mí mismo y de mi poesía. Finalmente, el rito de escribir se volvió parte de mi lenguaje poético.

Pensando en estos ritos, descubrí cómo comenzaron y su lugar hoy en día: mi proceso poético es una exterioridad que internalizo. Pero no solamente en cuanto a la poesía que entiendo como una forma de traducción del silencio y la belleza en el lenguaje, sino que materialmente no suele ocurrir en mi casa. Algo de un poema, el detalle originario, la palabra primera es epifánica: aparece y esta aparición suele ser fuera de mis espacios. Ahí la escribo en cualquier papel que tenga conmigo, aunque suele quedar grabada en el margen o alguna página del libro que esté llevando conmigo. Luego, lo paso a mis cuadernos.

Todo lo que escribo lo escribo en los mismos cuadernos: Rivadavia, tapa dura amarilla y hojas lisas. Sin renglones, ni cuadriculado. Siento que las líneas corrompen, de alguna manera, el proceso de escritura: la limitan a un espacio particular y definido. La palabra en la hoja blanca es palabra, solamente las palabras.

Sobre los cuadernos escribo, pruebo, tacho y corrijo. Creo que mi escritura funciona como una pared a la que hay que darle diferentes capas de pintura para terminarla. El cuaderno es la pared. Las capas de pintura son cada lectura, cada corrección sobre los mismos textos. Es muy difícil que escriba directamente en la computadora sin antes jugar en el lenguaje de la hoja desnuda. Una vez que decido que lo voy a pasar a la computadora, no vuelvo a tocar al texto del cuaderno y termino su preparación en la pantalla.

De más joven escribía mucho en bares. Me obligaba a concentrarme en la escritura: es como la experiencia de buscarme en medio del ruido, de escuchar la voz poética. Nunca he podido escribir rutinariamente y eso me lleva a una profunda angustia. Sentarse a escribir lo siento como una rutina laboral y la escritura, o el proceso creativo, no puede ser enclaustado en un horario de oficina.

Sólo escribo con lapiceras negras (preferentemente –a excepción que no exista en el lugar– bic negra). No puedo escribir con otro color, ni con otra lapicera. Reconozco que mis palabras son el negro en el blanco de la hoja. El cuaderno Rivadavia y la bic están insertas en la creación de mis textos.

La poesía se me escapa como un vómito. Es una expulsión, mi purgamiento. Después lo dejo madurar un tiempo, ni siquiera lo miro y vuelvo al poema más tarde.

Muchas veces esa expulsión es solamente un verso, una palabra, una idea o algunas líneas. Por eso las escribo. Las miro. Después trabajo el poema desde ahí: desde una palabra que me gusta construyo el poema, otras veces lo trabajo como una partitura musical. Sin embargo, textos o versos que quedan en el papel desde la vorágine en varias ocasiones ni siquiera terminan en el poema.

En otros momentos, quizá tengo una idea dando vuelta en la cabeza, un tema o una imagen que quiero trabajar. Cuando aparecen estos poemas, son versos que ya voy construyendo en la cabeza y después los vuelco en el cuaderno.

La corrección, pienso, es fundamental para el poeta. Por él y por la poesía. Uno necesita revisar, tachar, cortar, agregar. Leer y leer los textos hasta que se decida a publicarlos. Es ese el momento en donde la corrección se rompe, porque una vez que el poema no nos pertenece (es del otro, el lector) queda sellado en sí mismo.

Otra herramienta importante para mí, es la mirada del ojo ajeno. Siempre ayuda sacar el poema a una exposición amena (entre conocidos) antes de sacarlo al ruedo. Grupos de poesía, amigos poetas, me fui construyendo con el tiempo un grupo de personas que pueden interrogar un poema desde su perspectiva. Los escucho, los pienso y luego tomo de las correcciones lo que siento que necesita el poema.

Como ya conté en la respuesta anterior, me gusta escribir, dejar invernar lo escrito y retomarlo. Hago siempre lo mismo luego de cada corrección.

Hay un sentido poético por sobre todas las cosas. Es cuestión de entenderlo. Un cuerpo. Un camino. Una sonrisa. Una tormenta ennegreciendo el cielo. Una rama quebrándose. Una noche muriendo en un amanecer. Hay que saber colocar el ojo en el espacio, para modificar el sentido del cuerpo y que las veinticuatro horas, dejen de serlo por un instante. Como los grandes cambios.

Quizá, la poesía sea solamente eso. El momento en que ingresamos la mirada en el espacio para hacernos de un instante de tiempo.

 

 

Poemas

 

los monstruos

 

 de chico no quería dormir con mis padres

ni pasarme a su cama a mitad de la noche

quería estar solo

en mi pieza

y estirar la noche hasta el cansancio.

 

dormir era

perder el tiempo

me decía

mil veces

cada noche.

 

después vinieron

las noches largas

los mundos

imaginarios

la escritura y el dibujo

sin freno

la televisión

en el cuarto

mi vieja televisión sin control remoto

y me pasaba yendo

de la cama a la

televisión

para

perder el tiempo

y las horas

haciendo nada.

 

después vino la merca

y las noches eternas

y la vida

sin sentido

y perder el tiempo

pasar el tiempo

y no dormir

y la noche

como reino

y las mañanas de calambres

y la roca

en el corazón.

 

vuelvo

a dormir

a sentir

a creer

pero las noches

siguen

ahí

como mis mosntruos

 

VI.

 

gritarle a la pared hasta que duela

después

soplar tres veces

y esperar que el lobo

traiga

los chanchitos para la cena

 

 

XVII.

 

teta a téte

en bocababa

como madre-hijo busco refugio

en la edípica necesidad de ser

tu puta

 

 II. final del camino

 

por ver caer la lluvia diste tus manos

soñabas ser

poeta

el derrumbe vino a cortar tu deseo

tormenta

de vidrios

pongo

los ojos junto a la cama y entro en silencio

 

los muertos bajo la tierra bien muertos

 

 hay un ruido ahí

¿estás acaso

intentando

hablar?

oigo rasguñar en el piso de madera

“debe ser el perro” –me digo– para conciliar el sueño

y despierto pensando

“tal vez, quedó algo por decir”

 

rutinas me devuelven a la noche

cada día

otra huella

de espera

hubiese sido más fácil el descenso contigo

pero la vida

consume le recuerdo

 

 ¿es así como se construye la memoria?

no debería quedar nada

porque al barro volviste

sin embargo juego

a tenerte

despertar en tus brazos

 

 

mi padre repetía

“nunca dejes sobras en tu plato”

conocía la historia

una vez no tuvimos

comida

todo era gris

al salir de Polonia perdimos

los nombres

dejamos tierra, ropa, vida

hermanos

fuimos nacidos de nuevo

 

 

el hombre no necesita un vientre para volver a ser

 

 

 hoy construyo tu vida

te invento y traigo

para que no seas suma de aquellos que pasaron

todos

deberían tener alguien que los recuerde

alguna vez

 

hoy construyo tu vida

invento

la memoria y te traigo

a mis brazos

hablándome al oído

tu historia de poeta

y cómo

creías

que las palabras

-bien ordenadas juntas milimétricas-

dejarían versos en el tiempo

como el tiempo

llevaría versos por las tierras

metamorfosis

libro

papel

poema

 

 

uno

se da cuenta tarde

que el tiempo destruye todo

y el lenguaje

que una bala sigue siendo

dentro de un libro o de un cuerpo

que una cama sigue siendo

sola

con uno o dos o tres

cuerpos

cocidos como trenzas

 

 

 

dijiste “esperame” y no volviste

creo saber

ni siquiera llegaste

acá

aún leo tus palabras

fragmentos

y me pregunto cómo

pudiste

transformar el tiempo

con un verso

un trazo

un suspiro

un movimiento del aire.

 

(Héctor Ciocchini In Memoriam)

 

 

 




Emmanuel Taub


Emmanuel Taub es Investigador del CONICET. Sus áreas de trabajo son el Pensamiento y la Mística judía. Ha publicado en poesía La lucha eterna (Ediciones Último Reino), Veinticuatro (Alción Editora), Crujido. la destrucción del lenguaje (Ediciones Del Dock) y Cantos del cazador (Buenos Aires Poetry). También ha traducido y editado los 60 haikus de Jack Kerouac publicados en Círculo de Poesía. Su último libro es La palabra y la errancia (Paidós, 2021). emmanueltaub@gmail.com